-Tú sabes que nací para perder y éste juego es para tontos.
-Por favor, detente Eduardo.
Hacía un frío terrible por esa hora, y más a una altura de nueve pisos, expuestos los dos al aire matinal. No es que sea precisamente la idea que tenía para terminar una joven vida, pero era preciso terminar de una vez, antes de que no sólo me doliera de mí mismo.
Mónica estaba histérica y realmente no estaba escuchando gran cosa de lo que dijo después, algo sobre mi absurda manera de pensar y que nadie podía ser así de idiota. Me limité, solamente, a seguir mi discurso:
-Éste es el camino que elegí. No quiero vivir para siempre.- comencé a caminar hacia el ángulo perfecto que describe la azotea del edificio donde ambos comenzamos a trabajar, hacía apenas dos meses. Supongo que, dado lo lindo que fue el reencuentro, ambos esperábamos un final diferente a la relación que forjamos.
Ella me detuvo, sostuvo mi mano, no muy firmemente; tal vez estaba excitada por saber si tenía las agallas para arrojarme al vacío, seguro también pensaba en que me acobardaba al final o que trataba de impresionarla por algún desviado motivo.
La arrebaté mi mano, giré mi cabeza para verla con la mirada más seria que podía salir del rostro más iluso que puedan imaginar. No pude más que repetir las últimas palabras.
-No quiero vivir para siempre… y probablemente lo haré.- salté e hice, lo que en mi cabeza al menos pareció, el clavado más épico de la historia.
¿Han sentido alguna vez el hueco en el estómago que sientes cuando algo grande va a pasar? Bueno, por ejemplo, cuando estás a solas con esa persona que te gusta, y malo, como cuando te van a reñir tus padres por algún motivo. Eso era justamente eso lo que sentía pero llevado al límite, sólo que me obligué a controlarme puesto que no quería vomitar antes de morir. No podía mantener los ojos abiertos y sentí muchas cosas entrar por mi boca, había dejado atrás a una chica que ahogó un grito, según lo último que supe en ese momento y, a pesar de que la caída no dilató más de unos segundos, todo pasó lento, por lo que pude ajustar un poco mi caída y tratando de empalarme en la reja que rodeaba el edificio. Diría que fue todo un éxito, sentí un dolor agudo desgarrando mi pecho, definitivamente perforando un pulmón e incluso mi corazón, cuando algo duele de tal manera y dado lo grave de la herida no pude gritar; en cambio, expulsé un montón de sangre de mi boca. El trabajo estaba hecho, era tiempo de morir.
Mónica llegó a la calle cinco minutos después, no sin antes hacer un escándalo por su romance muerto, yo estaba incrustado en la reja de una manera grotesca y en una posición difícil de describir. Me miró unos instantes antes de que el buen Ramón, compañero nuestro de trabajo, envidioso por el éxito de la juventud, pero para nada una mala persona, la abrazara contra su pecho y evitara que siguiera mirando mi espectáculo. Horas después la policía estaba retirando mi cadáver que empezaba a enfriarse y entumecerse. Mi querida Moni tuvo, a pesar de toda la experiencia, una pronta recuperación del shock y pudo asistir esa misma noche al velatorio donde se encontraban mis restos. Debo hacer énfasis en que se comportaba muy tranquila para todo lo que había sufrido por la mañana, bien por ella. Yo estaba al centro de la reunión, con un elegante hoyo en el pecho oculto bajo un traje, que sería el mejor traje que haya usado en toda mi vida y mejor maquillado que nunca. Supongo que ella estaba inmersa en una paz total, ya que estaba segura de que al día siguiente sería la última vez que me vería, para su desgracia estaba equivocada.
Pasaron tres días para que ella volviera a verme, la encontré cruzando la calle, terminando su día laboral, y aún no se percataba de mi presencia, debido a que llevaba ropa negra muy vieja, que no fue muy difícil de conseguir, pues en mi casa sacaron todas mis pertenencias después de mi sepelio. Sabía que podría causar una gran impresión pero de igual manera iba a hacerlo, pues me provocaba un enfermizo placer demostrarle que yo tenía razón, casi estaba excitado. El plan era, básicamente tomar su brazo y hacerla girar sobre su propio eje, si no la mataba del infarto, comenzaría a reírme del susto que, seguro, tendría. Todo se frustró cuando vi a la muy perra correr a abrazar a otro sujeto. Tres días, no creía que eso me fuera a suceder, aunque lo más probable es que fuera una relación más antigua a mi salto, mucho más. No fuimos jamás una gran pareja, confesaré que no sentía un sentimiento muy profundo por ella, salvo cuando estaba apunto de eyacular en su cara. Sucio, lo admito, pero así fue desde el comienzo. Antes de la noche del ritual, antes de mis tres intentos de suicidio fallidos, perdón, mis cuatro intentos de suicidio fallidos. Y aunque, como ya he dicho no había amor entre nosotros, ver que el duelo no le duró ni una semana y estuviera con alguien más, hería mi orgullo de hombre de las cavernas, eso me hizo recapitular y pensar si de verdad era necesario someterla de nuevo a verme morir. Me retiré a mis nuevos aposentos.
Me llevó dos días salir del mausoleo, comenzaba a creer que me quedaría ahí por el resto de mi vida y mi no muerte, incluso había roto mis muñecas golpeando el ataúd, sólo logrando romper el vidrio y quebrantando un poco la tapa de la caja. Por fortuna, logré captar la atención de algunas personas curiosas que informaron al señor Rodrigo, que era el cuidador del cementerio, una fortuna también que no prestara atención del primer aviso y sólo me prestara la debida atención cuando llegó la noche. Mis manos estaban sanando sus heridas, como llevaba todo mi cuerpo haciendo desde un mes antes, y durante ese lapso donde mi cuerpo recuperaba fuerzas para golpear de nuevo, a la vez que conservaba lo mejor que podía, el aire restante, cuando logré escuchar el andar pesado de una persona. Para ese momento no tenía noción de la hora y por lo tanto no asumí nada en concreto, sólo quería que me sacaran de esa horrible oscuridad. Primer error cuando esperas revivir y los demás no te creen, no dejes que te vean morir, pues van a enterrarte y esa oscuridad, esa soledad, son algo peor que la muerte, tomenlo en cuenta. Regresé con desesperación a la tarea de golpear las paredes del ataúd y gritar por ayuda, creo que era algo patético, pero estaba asustado. Me detuve un poco para escuchar si mis esfuerzos habían tenido algún resultado. Antes de darme cuenta sentí vibrar bajo mis pies lo que intuí sería un golpe, de martillo o algún objeto similar, por el estruendo que alcanzaba a percibir, habrían sido quizá cinco golpes ahogados en pavimento, antes de que la caja fuera astillada por la parte donde se encontraban mis pies. Después escuché la voz de un hombre mayor.
-Dios mío, entonces estás con vida.- alcanzó a decirme mientras yo comenzaba a sentir movimientos al pie del ataúd. - Aguanta un poco, chico, yo te sacaré de ahí.
Lo siguiente fue el sonido de madera raspando contra el concreto y después mis ojos distinguiendo algo más que el techo de mi sepulcro, mi panorama cambió de pronto al de un techo con decoración barroca y después mi cuerpo se desprendió levemente del ataúd para inmediatamente después golpear mi cabeza de nuevo contra la madera, el muy idiota me había jalado con tanta fuerza que expulsó mi caja sin prever que chocaría contra el suelo, de igual forma perdono a aquel hombre, demasiado insano para abrir una tumba y demasiado valiente para querer averiguar lo que dentro se escondía.
-Santo Dios, estás vivo. - Me miraba atónito y le temblaban las piernas.
-Hola, ¿Qué tal? - Atiné a bromear, después de la alegría de salir de esa caja.
Me tendió la mano y me levantó. Los primeros pasos fueron muy difíciles, mientras me adecuaba a mis piernas casi en desuso. Él estaba más tranquilo, al parecer mi aspecto era algo normal, para alguien que acaba de levantarse de su propia tumba. Me sonrió mientras mantenía una expresión de alguien presenciando un milagro, más errónea no podía ser su suposición, pero al fin y al cabo, ahí estaba yo nuevamente.
Tardamos un rato en concebir el plan para justificar el robo del supuesto cadáver, en la ciudad no se han reportado casos de asaltatumbas así que eso quedaba, casi por completo, descartado. Definitivamente al darse cuenta las autoridades, si acaso yo tenía alguna relevancia para alguien, investigarían a mi salvador, que resultó ser, cómo es predecible, Rodrigo, el cual me llevó al cuarto donde pasaba la noche cómo velador, fue ahí donde, con un resumen medianamente aceptable, le expliqué la naturaleza de mi regreso y que por lo ominoso de la situación, nadie debería saber que seguía vivo, accedió de buena gana, creo yo que sabía en el fondo que traicionar a alguien que puede revivir no es la mejor idea. No pude probar alimento sin vomitar. Eso representaba un problema, cuando salté del edificio no contemplé la posibilidad del embalsamamiento, todo está bien hasta que te amarran los intestinos para que no te infles, al menos hasta que estás encerrado y nadie más te volverá a ver, sorpresivamente era lo único que a simple vista no se había arreglado por sí sólo durante la resurrección, al menos sangraba, eso lo comprobé al lastimar mis manos dentro del ataúd y el resto de mis fluidos no escaseaba. Tristemente, sí no podía ingerir nada por vía oral me moriría otra vez. Por ahora podía prescindir de eso, sólo estaba garantizado mi mal humor. El trabajo aún no estaba hecho, debíamos sellar la tumba nuevamente y desaparecer todo rastro de lo que estaba aconteciendo durante esa noche. Para una persona entrada en los cuarentas que trabaja cómo velador, debo admitir que era alguien muy resuelto, pues dio solución al problema en su totalidad, esculpir nuevamente la tapa de la cripta, grabar mi nombre de nuevo y barrer los escombros. Mientras él realizaba esta labor, yo debía limpiar el desastre anterior, incluso tuvimos suerte, habían recortado un par de tapas en mármol, tal vez para estar preparado si llegaban inquilinos nuevos al camposanto. Él preparó la mezcla para fijar la tapa, mientras yo guardaba la caja y sus despojos dentro. Para cuando finalizamos sólo faltaba grabar la placa, admitiré que la sátira me va de maravilla y para ese punto de la partida no puedo decir que fuera el más cuerdo de la historia, pedí a Rodrigo que grabara un epitafio especial: “Aquí está el gallo y sabes que no puede morir”, lo hizo, no sin antes reprocharme lo raro que era y que no faltaba nunca el curioso que leía las placas y, tarde o temprano, lo descubrirían, pero él no era el encargado de grabar eso, salvo esta ocasión especial, así que no tenía porqué temer y yo no quería causarle más problemas que los que ya teníamos durante esa noche, aunque insistí con la placa. Terminada la labor y bajo el alba nos dispusimos a descansar, al menos Rodrigo lo hizo, yo no pude quise dormir nada esa noche. Entiendan, he muerto, ¿Qué mejor descanso existe, que estar muerto?
Salí de nuevo al mundo de los vivos, pasando primero a buscar ropa y lo que pudiera rescatar de entre mis pertenencias, aunque al salir del cementerio mi intención era presentarme ante los incrédulos, la razón me dijo que debía ser cauteloso y que para evitar una eternidad siendo parte de un Freak Show, debía hacer algo primero. Buscar a Mónica había pasado a segundo plano cuando fui precisado a buscar mis lecturas habituales esperando encontrar una cura a la salud, no poseía medio alguno de obtener la enfermedad progresiva y definitiva para asegurar mi muerte absoluta y para ser sinceros, dolieron las veces anteriores y dolerán las siguientes. Estaba asustado, ya no tenía una vida a la cuál aferrarme y la no vida era algo ajeno a mi deseo, prefería la nada, sólo dejar de existir. Por eso estaba ahí, asaltando mi antiguo hogar en busca de una solución para deshacer mi actual estado, aparentemente inmortal. Sólo hubiera querido tomar el baúl y retirarme después a la biblioteca, pero lamentablemente las cosas nunca salen como se planean.
Mi madre entró en mi habitación, con un hombre que no era mi padre, ambos muy ebrios. -Sal de mi casa, maldito vago, - gritó al verme.
-Pero, mamá, sólo estoy paso - giré a verla e inmediatamente sucedió lo que no habría imaginado. Tal vez era predecible, un ataque cardíaco, después de ver a tu hijo fuera de su tumba. El hombre se lanzó para evitar que golpeara de lleno el piso y la sostuvo en sus brazos, mientras yo tomaba el primer objeto contundente que encontré, un viejo tubo que guardaba, para escandalizar a mis vecinos durante las noches de brujas y que ahora serviría para concretar mi defensa. Cuando noté quién era aquel hombre, resolví en dialogar antes de comenzar a atacar, Alfonso, amigo de mi papá y al parecer amante de mi mamá desde que tengo conciencia.
-¿Dónde está mi padre?
- Vi cuando sellaron tu tumba- él también me había reconocido. Creo que mi madre ya estaba muerta para entonces, pero él no paraba de mirarme y le restó importancia a esa posibilidad.
-¿Dónde está mi padre? - repetí, más amenazante.
- Tu madre lo ha corrido, el muy inútil no paraba de llorar por ti, marica de mierda y ella te odia en el fondo. Sólo volviste para joderle la vida. - decía mientras comenzaba a lagrimar.
-De pequeño me decía, que algún día la mataría. - reí un poco. - Tenía razón, la muy perra me odiaba y le era infiel a mi papá. Él aún me estará llorando, pero no volveré a él, lo dejaré libre. En cuanto a ti. - alcé mi brazo y lo descendí rápidamente, lo golpee tan fuerte cómo me lo permitió mi brazo izquierdo y cayó tendido encima de mi madre, siempre le gustó estar ahí, sólo le ayudé un poco. Tomé mi preciado baúl e inicié un incendio. Era hora de partir a la biblioteca para buscar cómo acabar con todo esto, no sin sentir un extraño placer por lo que acababa de suceder.
Por fin llegué a la biblioteca. Yo asistí muchas veces aquel lugar en busca de información sobre alquimia y temas relacionados, pero fue en una subasta a la que asistí donde encontré las notas y grabaciones del doctor Frank Elwood, egresado de la universidad de Miskatonic. Al parecer el valor histórico de lo que contenía el baúl, que guardaba tan interesantes secretos, no fue sino algo considerado basura para los compradores y yo simplemente lo saqué del olvido al que estaba condenado el oscuro material. Dentro de sí, el baúl contenía un compilado de datos, en papel o directo en cassettes con la narración del propio Frank, sobre magia negra y rituales de una civilización que no está registrada en la historia convencional. Al principio creía que eran sólo invenciones de algún loco, puesto que como he mencionado antes, no encontré nada especial que apuntara a que Elwood decía la verdad, ningún fundamento clave, ninguna mención en el folclore de las civilizaciones antiguas, excepto por una nota sobre un hombre encontrado inconsciente en un puerto casi congelado y que, después del incidente, menciona haber presenciado una ceremonia con seres alados y rituales que rayaban en lo prohibido. Menciona además el uso de un antiguo libro, mismo que guardaré para mí, puesto que fue el dato que me dio la pista que necesitaba para poder acceder a un conocimiento sólo posible por seres primigenios. Emulé sin éxito aparente uno de los rituales que pude conseguir de las mismas notas de Frank. Ciertamente pude devolver a la vida un sistema muerto pero éste regresaba sin el menor dejo de inteligencia, volviéndose peligroso, motivo por el cuál tuve que desintegrar al organismo y finalizar mis pruebas, algo faltaba al suero que logré reproducir. Tampoco deben sorprenderse, lo necesario para hacer el experimento, era muy detallado en las notas, sólo he sido un fiel ejecutor de los pasos a seguir. Cabe decir que nunca me he sentido una persona inteligente, más bien he sido curioso a la par que he sido estúpido. En resumidas cuentas, el siguiente experimento fue un rotundo triunfo, pues resolví inyectarme el suero, ya que mis dudas eran saber cómo reaccionaría con un organismo vivo. Después de no haber muerto por envenenamiento, era hora de las pruebas. Cuatro intentos de suicidio bien ejecutados pero sin resultados concluyentes, salvo el último, después de todo, nadie podía decirme mis signos vitales o decirme cómo cerraron las heridas de mis venas, durante el segundo intento, o hacerme saber si ocurría algo con los sesos que volé de mi cráneo en el tercer intento, sólo el último me corroboró los resultados. Con la opinión pública y médica pertinente supe que efectivamente resucité y mis daños eran sanados. Aunque en ese momento estando en la biblioteca tuve más dudas, sobre si era un efecto perpetuo o si eventualmente perdería el don. Debo destacar un aspecto más de todo el experimento y es que mi sanidad era deplorable y constantemente me veía en asaltado por imágenes de muerte y dolor que me producían placer, quemé a dos personas, entre ellos a mi madre y eso era satisfactorio, creo que en resumen estaba volviéndome cómo el ser del cual me deshice antes de probar el suero en mí, me volvía siniestro.
Había quedado muy desanimado al salir de la biblioteca, pero perdí toda motivación al ver a Mónica con otro hombre más tarde y ese día había concluido para mí, razón por la cual regresé al cementerio donde me estaban esperando, Rodrigo realizó sus deberes con eficiencia y por la noche dejó la luz encendida del cuarto donde pasaría una velada más.
-¿Encontraste lo que buscabas? - me preguntó, en lo que bebía un café, cosa que envidié demasiado.
-Nada, creo que seguiré así hasta el fin de los días, si es que no pierdo el don.
En mi cabeza sólo estaban los dos homicidios, pensar en mi padre y la imagen de Mónica con alguien más. Eso era algo que cobraría fuerza más tarde. Mostré a Rodrigo el contenido del baúl, al cual se habían sumado algunos ejemplares de la biblioteca. Tardaría en entender el asunto si no hubiera señalado los aspectos importantes. Me dispuse a recuperar fuerzas de la única forma que podía, evitando el hambre e intentando dormir. Me despedí de Rodrigo, quien me miraba diferente, no era yo el único que notó el cambio que me semejaba a un depredador. No permanecí toda la noche ahí, salí a saciar mis sangrientos instintos. Ataqué a una familia compuesta por tres personas, primero desnuqué a la única amenaza que tenía enfrente, el padre y proseguí a romper las piernas de la mujer que gritaba muy fuerte mientras la niña, de unos nueve años a lo sumo, se arrinconaba contra un muro. Yo me enseñaba golpeando con mi nuevo mejor amigo, el tubo, a la pareja hasta estar seguro de que no conservaban vida. Terminado el primer trabajo quise ejecutar a la pequeña, un dejo de mi antiguo ser no me permitió levantar una vez más el tubo contra la indefensa criatura que estaba delante mío. Hasta ahora no comprendo que me llevó a realizar un acto así y mucho menos puedo entender porque no terminé la tarea. Salí corriendo hacia el cementerio, aún sabiendo que la niña podría decir cómo fue el atacante y eso sólo ligaría todo con el incendio de la casa de mi madre y, quizás, hasta con los ruidos provenientes del sepulcro, lo cual desencadenaría una serie de eventos que me llevarían una eternidad de cautiverio o incontables intentos de pena de muerte. Sabiendo lo anterior, llegué con Rodrigo que ya estaba despierto y alerta de mis movimientos, mientras sostenía una pala en la mano. Vio la sangre en mi indumentaria y su ojo se volvió más bien perspicaz. Él sabía que había herido a alguien. Me escudé de inmediato, tratando de mostrarme lo más tranquilo posible, diciendo que un perro me había atacado y orillado por la adrenalina lo golpee hasta matarlo. No me creyó, pero igual me permitió quedarme nuevamente, se fue a acostar, sin separarse de su pala, tal vez no durmió nada. Así pasó esa noche y a la mañana siguiente él se fue, pero cerró con un candado la puerta del cuarto y yo permanecí dentro hasta el anochecer. Durante ese lapso de tiempo pude charlar con voces provenientes de rincones astrales, que me orillaban a matar a Rodrigo y salir a repetir una tarea que me encomendaba el caos reptante, mientras me advertía, en un lenguaje que no reconocí pero que entendí a plenitud, que de fallar nuevamente, el juego terminaría y comenzaría el verdadero tormento. Pensaba en todo eso cuando escuché correrse el candado y abrirse la puerta, no estaba listo para lo que vendría después.
- Has sido tú. Mataste a tu madre, al otro hombre y a aquella pareja. - Mónica estaba de nuevo histérica, entró acompañada de Rodrigo.
Aún desconozco cómo es que dieron el uno con el otro y sobre todo cómo es que ataron los cabos. No mentían y, lo que es peor, estaban seguros. Rodrigo debió comprobar lo de la pareja durante el transcurso del día, eso no me sorprende, me vi precisado entonces a terminar con ellos dos en ese mismo momento.
Traté de abordar primero a Mónica que de inmediato retrocedió para quedar detrás de Rodrigo armado de nuevo con la pala, él no esperó a escuchar mi versión de los hechos. Me golpeó sin detenerse hasta que sentí cálido y húmedo todo mi rostro. Un derrame en el ojo derecho me hacía ver todo cubierto de rojo. De nuevo estaba moribundo.
- Detente por favor. - suplicaba Mónica, mientras Rodrigo dejaba caer la pala sobre mi cráneo.
- Está maldito, debo terminarlo de una buena vez. - me golpeó durante unos minutos más, hasta que se detuvo, dejó la pala recargada junto a la puerta y abrazó a Mónica que desconsolada lloraba y se cubría el rostro.
No notaron que un monstruo se erguía para hacerles daño. Tal vez mis víctimas de la víspera me dieron más resistencia y poder, no puedo saberlo con certeza. Pero no había muerto después de tan brutales golpes, sólo me volvía más furioso y quería realizar una masacre. Ataqué a Rodrigo con el tubo y lo derribé. Mónica intentó correr pero también fue alcanzada en la espalda por mis golpes, cuando se volvió a mirarme, le di de lleno en el mentón, saltó la sangre y un par de dientes de su boca.
- Así es perra, he sido yo. Ahora te toca a ti.
Le destrocé la rodilla al terminar esas palabras y pretendía volver a golpearla, pero subestimé la inteligencia de ambos y pronto lamentaría no haber intentado escapar. De pronto sentí un dolor agudo bajo corazón, no lo identifiqué por eso, sino por el sonido de detonación proveniente del exterior, un par de policías me estaban apuntando cuando miré hacia el frente. Otros tres disparos, uno al hombro, otro arriba, en el cuello y uno en mi entrecejo. Caí al suelo y me retorcía de dolor. Uno de los policías aseguró a Mónica y a Rodrigo, que estaban sufriendo aparentes dolores por mi causa. el segundo se aproximó a mí al ver que aún estaba con vida. Lo sujeté por la pierna e intenté derribarlo sin éxito, Recibí uno tiro más, directo en mi ojo izquierdo, me había quitado parcialmente la vista. Se alejó unos pasos e incrédulo miraba cómo me ponía de pié, eso lo percibí en un fondo rojo gracias a mi único ojo útil, o casi útil.
- Necesitamos refuerzos, no puedo matar al sujeto, ha recibido cinco disparos directos y aún se levanta - decía a su radio de bolsillo.
Intenté atacarlos una vez más y vaciaron sus armas en mi contra, destrozando parte de mi cuerpo e inmovilizándome. Estaba consciente de todo el dolor que sufría y estoy consciente aún, me esposaron y llevaron en un coche patrulla a la estación de policía, los disparos en la cabeza no me mataron, pero hacen más confusos los sucesos siguientes. Puedo estar seguro de que el baúl con sus oscuros secretos están en poder de la policía. Tal vez intenten reproducir algún experimento del señor Elwood, lo cual lamento demasiado, el mundo está por hundirse en las sombras, ya que, probablemente ellos no se limitarán en los experimentos y repitan mis errores, además de cometer otros nuevos. Como predije, si no puedes morir y te encierran, te espera una eternidad bajo las sombras, los oficiales que me arrestaron aquella vez ya han fallecido al igual que Rodrigo y mi padre, que dejó de visitarme cuando no pudo caminar más. Murieron todos ellos y no por obra mía, sino por el transcurso del tiempo. Llevo cincuenta años encerrado y la silla sólo licúa temporalmente mi cerebro y quema mi piel.
Ésta mañana ha pasado algo diferente, no me siento igual, tal vez hoy por fin el hombre negro cumpla su palabra y deje terminar mi vida, aunque eso no me hace feliz, pues sólo estaría seguro de que el terror cósmico estará por comenzar. Estoy sentado de nuevo en la silla y una sombra está frente mío, nadie parece poder verla. Lamento que nadie rezará por mi alma otra vez y ahora mismo estoy aterrado porque, después de todo, descubrí que no quiero morir.
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